De esos libros es, de los que una vez terminados no deseas volver a las cuatro paredes de tu conciencia; quieres estar en Paris en ese momento, tomar el bus que más cerca te deje del manicomnio en el que ella fue internada y gritar, aferrado a la puerta de entrada, "¡Nadja, te amo! ¿Te podré encontrar otra vez? ¡Quiero tu brazo de fuego sobre el mar!".
Nadja es de esas mujeres que no son mujeres, que son más que mujeres, son seres féminos que encarnan el arquetipo de la sacerdotisa, de iniciadora, de poeta, de amor eterno. Pero no, no se la puede poseer, y André Bretón lo sabe. Hay que dejarlas ir, deleitarse con el sufrimiento de su pérdida y, si es que eres afortunado, escribir, escribir sobre ella, sobre sus maravillas. Ella es su significado -Nadja: el comienzo de la palabra esperanza en ruso-, esa minne, o musa inspiradora de los trovadores medievales, de la poesía de Holderlin, la Lidia de Pessoa, la Reina de Saba de Salomón.
Ella es suma sabiduría, surrealismo en acto, una Leonor de Aquitania perdida en la plaza Dophine, es el alma errante, el alma errante de nuestro sueños. Jung decía en el prólogo a las Visitas de la Reina de Saba de Miguel Serrano, que no se la puede poseer, pues la muerte es el único destino de emprender la grandiosa empresa de poseer la fantasía poética y la encarnación del mito, de la madre de las madres.
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Sirena. Es la Sirena que grita a Ulises su destino, el fin de su Odisea. Los sucesos cuando la conozcas adquerirán más sentido, habrán conecciones entre todos ellos; ocurrirán eventos inesperados con personajes salidos de quién sabe que recodo del infierno de Dante, y se instalarán ahí, serán actores y videntes de tu viaje, pero ella...ella siempre estará, aprisionada en tus recuerdos, viviendo su poesía en la tuya, vestida de rojo y negro, jugando a escapar.
lunes, noviembre 15, 2004
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1 comentario:
Como remata Bretón, "La belleza será convulsiva o no será".
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